Es el códice maya prehispánico legible más estudiado.
Además de ser raro y desconocido, este documento único se consideró apócrifo entre los expertos. Ningún manuscrito se había examinado tan escrupulosamente, centímetro a centímetro, como éste. Se le practicaron exámenes de datación, materiales orgánicos e inorgánicos, técnicas de factura, entomología, iconografía, microscopía, etc.
Erik Velásquez García, integrante del equipo multidisciplinario que convocó el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para analizar el documento.
Este códice abre una nueva ventana al conocimiento de nuestro pasado
“Jamás habíamos estado ante uno del siglo XII. Es una de las razones por las que parecía extraño. A diferencia del resto de los códices legibles que conocíamos, éste proviene de un periodo del que tenemos poca información en cuanto a la arqueología e historia del arte”.
El códice procede de saqueo. Se tuvo noticia de él en 1960. Pero se dio a conocer públicamente en 1971, en la exhibición Ancient Maya Calligraphy, en Nueva York.
Casi de inmediato comenzó la polémica y se generaron dos bandos académicos. Uno que defendía su autenticidad. Pero otro que consideraba que era papel antiguo pintado en el siglo XX. Aunque ya se habían hecho investigaciones, los análisis faltantes para aclarar este misterio no estaban completos.
“Se necesitaba volver a examinar las fibras. Realizar estudios de radiocarbono, microscopía y química orgánica e inorgánica”, relató el historiador del arte.
El año pasado el INAH, convocó a un equipo multidisciplinario e interinstitucional para determinar su autenticidad. El proyecto estuvo encabezado por Baltazar Brito Guadarrama y la restauradora Sofía Martínez del Campo.
El códice maya, palmo a palmo
Del códice maya sólo se conservan 10 páginas. Pero se cree debieron pertenecer a un conjunto de, por lo menos, 20. Tienen como soporte tres capas de corteza de amate.
Se hicieron pruebas a diferentes partes para determinar la fecha de la muerte de los árboles que dieron origen a esas fibras. También se comprobó que no hay en el códice técnicas ni materiales que hayan sido introducidos a América tras la Conquista.
Los resultados fueron contundentes y comprobados por laboratorios en EU. Corina Solís Rosales, del Laboratorio de Espectrometría de Masas con Aceleradores, precisó que se adquirieron pequeñas muestras de las hojas y se encontró que los árboles de donde tomaron las cortezas para elaborar los soportes murieron entre los años 1026 y 1157.
“Confirmamos que el negro viene del pigmento conocido como negro de humo. Este procede de la combustión del ocote, y el rojo de la hematita, la forma mineral del óxido férrico”, subrayó Velásquez.
El Códice Maya de México es reflejo de su momento histórico, porque en sus materiales es pobre y en su factura es crudo. En su texto no hay verbos ni sustantivos, a diferencia de los otros códices mayas. Solamente hay datos calendáricos, expuso Pérez Suárez.
Su temática
Estudiada por Erik Velásquez, se relaciona con la muerte, la enfermedad, la desgracia. Temores universales que también existían entonces. Fundamentalmente, son registros del planeta Venus en sus cuatro fases canónicas aparentes. Ese planeta pasa mucho tiempo sin ser visto. Los antiguos mayas creían que en esos momentos estaba en el inframundo. Cuando regresaba al cielo llegaba acompañado de muerte, desgracia, enfermedad, hambruna, guerra y desordenes.
“Busqué año por año, desde 1026 hasta 1350, todas las veces que Venus apareció como estrella de la mañana. Después convertí esas fechas al calendario maya. A la cuenta larga y a la rueda de calendario. Buscaba el momento idóneo donde la fecha 1, momento sagrado de los cómputos de ese planeta”.
Se aproximó más a la primera salida de la estrella de la mañana. Y estuvo cerca de un eclipse visible. Encontré que la mejor solución era entre el 4 y 7 de diciembre de 1129”, explicó.
Carlos Pedraza, de la Facultad de Medicina de la UNAM, reveló con microscopio que el documento está mordisqueado por artrópodos. Por lo tanto es una señal de que estuvo en contacto con insectos. También encontraron un caparazón de ácaro, parásito de insectos dedicado a descomponer la carne de los muertos, indicio de que estuvo posiblemente junto a un cadáver.
“Así que, este libro procede de una época anterior a la del resto de los códices que podemos ver por dentro. Parece que no viene de la península de Yucatán o el Petén. Sino de algún lugar cercano o intermedio entre Chiapas y Tabasco”, añadió Velásquez.