Despedirse, desprenderse, decir adiós es duro, muy duro y más si no hemos llegado a conocer a esa persona.
La pérdida deja un vacío que no se puede llenar. Ese vacío es de tipo existencial y conduce siempre a desarrollar una crisis que culmina con una madurez vital que antes se carecía.
Con la ausencia de seres queridos siempre se gana un conocimiento más profundo sobre la vida humana, se nos plantean cuestiones sobre la existencia que antes no nos habíamos planteado y empezamos a valorar, como realmente se merece, todo lo que se encuentra a nuestro alrededor.
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La protagonista del filme de hoy ha sufrido una pérdida personal. Ha perdido a su bebé en una etapa avanzada de gestación. Sus sentimientos están a flor de piel y el dolor de su alma está patente en cada momento. Incluso parece ser que se siente inútil como persona y, ante ese sentimiento, todo le sale mal.
Sin embargo, siempre hay una luz tras la oscuridad.
La habitación que iba a ser destinada para su bebé se va a convertir en el escenario de una bonita historia que tiene como protagonista a un pájaro surgido a partir de las lágrimas de la protagonista.
Esa ave será la que hará entender a esa mujer, que no puede soportar su dolor, que esas lágrimas le han enseñado una lección muy importante, pero que hay vida más allá de ellas. El dolor que siente ante la pérdida no se puede cambiar pero el sufrimiento interno que padece es opcional.