El profesor es un comunicador, hace arte con la palabra, y ese arte es lo que consigue formar a sus alumnos.
En esta labor, podríamos pensar que cabe, incluso, la magia. En toda actuación educativa subyace implícita la comunicación personal, pues en la educación se personalizan las relaciones humanas, eso significa que en un acto educativo una persona sale al encuentro de otro, y sus agentes centrales se abren al auto descubrimiento: profesor y alumno.
Con frecuencia, se piensa que ser profesor es fácil, que es la carrera que menos cuesta, porque no implica el estudio profundo de las ciencias, porque para enseñar no hace falta ‘mucho de eso’, opinan.
Muchas personas califican de ‘locura’, ‘desperdicio’ o ‘tontería’, el hecho de que un escolar brillante elija estudiar Educación o que un profesional sobresaliente entregue los años de su vida a la Pedagogía. Percepciones como estas se han convertido en óbices que impiden escalar a cimas tan nobles y trascendentes como aquellas a las que nos conduce la educación.
Como bien afirma un autor, “la educación, a fin de cuentas, ha de garantizar que el educando esté en condiciones de relacionarse satisfactoriamente con los demás, esto es, de convivir” (Martínez, 2003).
Los estudiantes traen consigo una realidad personal compleja, por los distintos aspectos que los caracterizan en lo personal y en lo social. Son un conglomerado de valores, emociones, actitudes y saberes que, en el proceso de enseñanza-aprendizaje, el profesor ha de saber integrar en la interacción educativa para estimular nuevos aprendizajes. En este contexto, el docente debe buscar las mejores maneras de relacionarse con sus estudiantes. Quien piense que esto es fácil, que tome su lugar.
Educar es comunicar, comunicar para formar.
El maestro desarrolla la habilidad y capacidad de estructurar su pensamiento para expresar el mundo interior que desea dar a conocer a sus estudiantes. En la verbalización de sus ideas se concreta el carácter formativo de su profesión; por eso, en el ámbito pedagógico se habla de un discurso educativo. Así, mediante el discurso, se pueden descubrir las actitudes que envuelven la práctica pedagógica, pues se convierte en el código en que se manifiestan creencias, emociones y vivencias variadas vinculadas al perfil del docente.
Para ir más allá, un profesor debe tener claro que hay distintas maneras de comunicarse. Su labor comunicativa está abierta a una serie de combinaciones armónicas de los códigos verbales, paraverbales y no verbales, que se generan para promover una verdadera comunicación didáctica con sus estudiantes.
Un profesor se prepara en su carrera para ser un buen comunicador. Una alumnas abordan a su profesora y le dicen: “¿profesora, podemos grabar su clase?” “¿Para qué?”, les dice la profesora. “Nos han dejado un trabajo en el curso de estrategias”. No me opuse a que lo hicieran. Después se encuentran las profesoras, y le comentan lo que me había pasado con alumnas de su clase. La profesora que solicitaba el trabajo responde: “Sí, ¿lo han conseguido? Tienen que analizar las características de la voz, la modulación, el tono… para ver cómo comunica el profesor”.
Educar es comunicar, comunicar para formar. Quien crea que esto es fácil, que se una a nosotros, ‘los profes’. Comunicamos con lo que decimos, con lo que vestimos, con lo que hacemos… el profesor es un ejemplo a seguir, y en eso pone su esmero, o al menos debemos ponerlo, cada día.
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