La gran diferencia entre enseñar y educar.
Como cada año, empezó el curso con una mentira. Se llama Miss Lupita. Y, mientras estuvo al frente del sexto grado, lo comenzaba contándoles una mentira. A su alumnado les expresaba lo mucho que les apreciaba a todos por igual. Sin embargo, trataba de engañarse a sí misma, cuando, de reojo, observaba a Mateo sentado en la primera fila disperso.
La profesora Lupita, desde el ciclo escolar pasado ya había observado a Mateo, advirtiendo que a diferencia de los demás niños, él no jugaba. También notó lo descuidado de su apariencia en su vestimenta, manifestando que necesitaba un buen baño. Por lo que la situación le resultaba ya, molesta.
La labor de Miss Lupita como docente dentro de su escuela era la de revisar los expedientes de cada alumno, el de Mateo, lo apartó para el final. Vaya sorpresa que se llevó al revisarlo. En el mismo, una maestra de primer año infirió lo siguiente: “Mateo es un niño sobresaliente, con una expresión extraordinaria, realiza su tarea con aseo, y en orden, es para mi, un honor tenerlo como alumno”.
Poco después
Después, la profesora de segundo grado expresó: “Mateo es excelente alumno, tiene varios amigos, pero últimamente se le observa inquieto. Probablemente, debido a la enfermedad incurable que tiene su madre, el entorno familiar, debe ser difícil”.
La profesora de tercer grado enunció: “La madre de Mateo ha fallecido, la situación es muy delicada para él. Está tratando de hacer su mayor esfuerzo para rendir en la escuela, pero su padre no muestra mucho interés. El ambiente en su hogar le perjudicará sino se toman medidas”.
Finalmente su maestra de cuarto año escribió: “Mateo se encuentra atrasado con respecto a sus demás compañeros, se aísla de los mismos, no demuestra dedicación por la escuela, y por momentos, duerme en clase”.
En ese instante, la Miss Lupita se sintió afligida al darse cuenta de la situación por la que Mateo estaba pasando. Como consecuencia se lamentó aún más cuando los alumnos le llevaron sus regalos de Navidad envueltos con hermosos moños y brillante papel, a excepción de Mateo. Su presente, estaba forrado con un papel amarillento que él mismo había tomado de una bolsa de papel. Lupita entró en pánico al abrir ese regalo entre los otros.
Las risas de sus compañeros
Las carcajadas inundaron el salón cuando del papel salió un brazalete y un perfume a medio usar. Miss Lupita, de inmediato cesó las burlas. Expresando lo hermoso que era el brazalete, mientras se lo ponía y se aplicaba un poco de perfume en la muñeca. Mateó ese día se quedó al final de la clase para decirle a Miss Lupita: “Hoy huele igual que lo hacía mi madre”.
Al salir Mateo del aula, Lupita no paró de llorar en un buen rato. A partir de ese día dejó de enseñar matemáticas, de leer y escribir. Y comenzó a educarlos, poniendo especial atención en Mateo.
Por suerte, según le fue prestando más atención, su interés por la escuela fue regresando e iba respondiendo más rápido.
Para finalizar el ciclo escolar, Mateo había recuperado en su totalidad las ganas de aprender y de jugar con sus compañeros, convirtiéndose en uno de los alumnos más destacados de la clase.
Tiempo después…
Al año, Lupita encontró bajó la puerta una nota firmada por Mateo que decía: “Usted ha sido la mejor maestra que he tenido en la vida”.
Seis años pasaron y volvió a recibir una nota de Mateo. En esta ocasión expresaba que estaba por terminar la preparatoria, y que seguía siendo la mejor maestra que ha tenido.
Cuatro años después recibió una carta de Mateo, manifestando que estaba a punto de graduarse de la universidad con mención honorífica. Y mantenía su idea que ella había sido la mejor maestra que ha tenido, y su favorita.
Diez años después recibió una carta. Esta vez Mateo había terminado su carrera y tenía doctorado. Había decidido viajar un poco. Le explicaba que seguía siendo su maestra favorita. Pero ahora, algo había cambiado. La firma se había alargado, decía Dr. Mateo López Estrada, Médico Cirujano.
Aquí no termina la historia. Lupita recibió una última carta donde Mateo le contaba que había conocido a la chica de sus sueños y quería casarse con ella. También expresaba que su padre, había fallecido hace algunos años. Le preguntó si deseaba ocupar en su boda el lugar reservado para su madre.
Ella por supuesto aceptó. Llegó a la boda, usando el viejo brazalete. Y también se puso un poco del perfume que ese día le regaló.
Al finalizar la boda Mateo la abrazó y le susurró al oido: “Gracias maestra Lupita por haber creído en mí. Por hacerme sentir importante. Y por demostrarme que puedo hacer la diferencia”. Con sus ojos aperlados por las lágrimas y le dijó: “Gracia a ti, Mateo. Tú me enseñaste a como educar“.